Tragicomedia un desarrollador promedio
Aclaratoria
En contraposición, todo depende de quién sea el desarrollador y de la persona que escribe este blog: alguien que soñaba con ser ingeniero petrolero… pero terminó de secretaria. No es la verdad, aunque se le parece. El propósito es exponer situaciones que tienen mucho y nada que ver con lo biográfico, pero que nacen de la vida cotidiana; al final, todo es una caricaturización pensada en voz alta.
Intercalando un diálogo interior libre de culpas y formalismos, se percibe un pequeño aire de disfrute: un goce sabroso en cada situación que compartiré.
Inteligencia Artificial y el ser humano
Hoy constatamos que la modernidad ha traído consigo la multidisciplinariedad y otros giros conceptuales de excelente gusto. Ha quedado claro que no se trata de pasar la vida en una carrera apoteósica para ser el mejor, sino de resetear los parámetros. Esta vertiginosa carrera llamada inteligencia artificial nos invita a detonar cada chispa intelectual en el momento preciso, nada que ver con esos códigos monótonos copiados de Stack Overflow o Foros del Web (se me cayó la cédula), sin la más mínima certeza de si llegarían a tiempo.
Así, de forma elocuente y sin rodeos, la IA se presenta auténtica y siempre capaz de sorprendernos. Hace años me dijeron una frase que llevaba esperando repetir: «bien instruido». No significa que sea perfecta.
Como seres pensantes, andamos como pollos sin cabeza buscando la próxima gran idea y, entonces, descubrimos que esa frase de oro escrita hace milenios por algunos sabios —«que la vida del hombre es un proceso de búsqueda infinito»— nosotros, los postmodernos, la hemos vulgarizado.
¿Vulgarizado? Porque vivimos un proceso de búsqueda sin fin, pero de tonterías: el mejor IDE, el teclado ergonómico, el monitor curvo.
Dando por hecho que lo que necesitamos es un chatbot; como peluqueras que se peinan unas a otras por falta de clientela, o palomas en las plazas que creen haberse saciado con cualquier migaja.
¿Cuál será la verdadera interfaz IA? ¿La definitiva, la que usemos a diario? ¡Quién sabe! Imagino algo heroico, al estilo Blade Runner con un toque Apple Fan Boy al que estamos acostumbrados. Todo para pedir una pizza un sábado por la noche, cuando no queremos cocinar. Lo imagino como ese problemilla de tener la tarjeta en el teléfono y que no pase por falta de saldo, y que la IA responda al estilo Clint Eastwood: «breve como amor de cortesana».
Superarnos a nosotros mismos es absurdo. Caemos en el delirio de pensar que una IA puede sugestionar en un instante, brindándonos recomendaciones que orbitan en nuestra mente sin que nos demos cuenta.
Este fenómeno humano genera un problema: llegamos sin manual de instrucciones para operar nuestro propio ser. Que nuestra vida no se origine de una iniciativa propia, sino del descarte. Aquí es donde la verdadera IA debería ayudarnos: a encontrar ese propósito vital sin recurrir a un psicólogo de 20 dólares que categoriza todo como si fuera un sectario, etiquetándonos de «psicópata narcisista» si no encajamos.
En mi opinión, la IA no debe limitarse a ser un agente, un chatbot o un generador de código, sino el medio para que cada persona se reencuentre consigo misma: un manual operativo del individuo que, además de arreglarnos la vida, puede beneficiar a los demás. Porque, al buscar nuestro propio bien, invadimos el espacio ajeno y entorpecemos la búsqueda del otro.
Al grano
Ante cualquier situación, no nos preguntemos cómo resolverá la IA, sino qué nos dice nuestro manual operativo. Como quienes acuden a las «traqueas» del hipódromo con la gaceta hípica en el bolsillo trasero, buscamos en sus páginas la elocuencia que nos guía.
El único inconveniente será preguntarse de qué vivirán Paulo Coelho, Deepak Chopra, Muñeca Geigel, Og Mandino o Lair Ribeiro.
¡Que se dediquen a programar!